jueves, 25 de enero de 2007

Un Ocaso (2001)

No había comido en tres días y los ojos viejos, cansados ya de tanta vida se apagaban poco a poco tras la mirada de las olas rompientes en la arena. La vida se le había vuelto triste y tan sólo ciertas cosas le hacían sonreír.

El banco de madera toscamente labrado y peor pintado de cierta clase de verde, se acoplaba perfectamente a su espalda encorvada de tanto trabajar.

Pensaba en sus nietos, pobres criaturas sin padres a quien debía mantener; niños con la mirada triste y los estómagos vacíos.

No tenía trabajo fijo, y a su edad, tenía que recursearse llevando canastas de pescado desde el puerto a la caleta. Los niños tristes, con la ropa raída lo recibirían con una sonrisa en la pequeña casita construída con adobes y esfuerzo en sus años mozos.
Se sentía morir, caer hacia la pendiente de la vida, al igual que aquel sol en la distancia. Su respiración empezó a agitarse, lentamente en un comienzo y luego de una manera brusca e intempestiva; la mirada se le congeló y dejó ir la vida pensando en sus pequeños el mismo instante en que el último rayo de sol daba luz a la bahía y a la plazoleta donde se encontraba.

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