miércoles, 28 de noviembre de 2007

Recordando

El taxi avanza lento, las gotas de lluvia golpean los vidrios. El muchacho mira cómo la ventana de su puerta se empaña. Fuera, se escucha el clacson de los carros que piden movimiento. Todo tan extraño. Todo sucediendo tan deprisa y él, con la cólera, con el miedo; mezclándose, volviéndose uno. Todo sucedió tan de repente… no lo quería creer… ¿Y si era cierto? ¡Por qué!

El taxista lo mira por el espejo retrovisor. Quién sabe cuántas veces habrá sentido lo mismo que el joven empapado que lleva en el asiento trasero. Trata de entablarle conversación pero el muchacho responde con monosílabos, inclusive con sonidos leves, casi quejidos y mirando la pista, con los pensamientos en mil cosas a la vez.


Llegan a su destino. Paga y se baja. La lluvia cae sobre sus hombros. Tiene los cabellos húmedos, la ropa apelmazada contra su cuerpo. No quiere moverse, no quiere hacerlo, el pánico se apodera de él. La calle está desierta a esa hora, el olor a tierra húmeda penetra en sus pulmones. Es un olor agradable, pero él no lo siente. Está desesperado. Lentamente comienza a moverse, como en agonía, como si sus piernas estuviesen muertas, sufriendo con cada paso. Mira hacia lo alto: los postes de luz proyectan una luz ámbar y puede ver las gotas de lluvia cayendo en el haz de luz que se forma. Pensar que para otras personas era una noche normal… para él…

Llegó hasta la casa. Ella lo estaba esperando.


-Lo siento - le dijo, mirándolo sin ninguna expresión. Sin pena. Totalmente indiferente al dolor que sentía.

El quedó en silencio. No lo podía creer. La lluvia seguía cayendo horriblemente o tal vez como lágrimas… o tal vez eran sus lágrimas...

martes, 6 de noviembre de 2007

Cartas sin nombre V

Esta fue una de esas noches en que te había soñado. En la mano tenía innumerables hojas de papel de tamaños distintos, algunas descoloridas, algunas de cuadernos destruídos por algún dolor pasajero que no fuiste tú.

Me preguntabas qué eran y te respondía que eran cartas para ti, pero cartas sin tu nombre en ellas, porque "entre matar y dejar morir, yo había preferido matar..." había preferido no verte. Quería que hicieras tu vida; y mis cartas y mis historias y mis pensamientos se enterrasen juntos y lejos de ti. Cartas para ti pero sin ser tú el destinatario. Porque prefería ahogarme con mis recuerdos a dejar que tú me extrañaras. Prefiero extrañarte a que me extrañes… ahora, ¿alguna de estas cartas sin nombre llegarán a ti? Bueno, eso no lo sé…

La noche caía una vez más. Me sentía totalmente incoherente, sin poder pensar ni escribir. Escuchaba canciones que me hablaban de un tiempo aparentemente remoto pero tristemente cercano y busqué algún sentimiento de nostalgia por esa novia antigua que no llegaste a conocer. Este no llegó nunca. Ni siquiera por la amistad perdida. Tal vez por el amor desecho, tal vez por mi corazón roto. No sé. Pero no llegó. Tristemente vacío y solo… solo… y en la soledad encontré mi felicidad. Felicidad guarecida al amparo de tu alma escribí alguna vez pensando en ti. Bueno, en tu alma sí soy capaz de guarecer cualquier sentimiento. La canción está a punto de terminar y yo, continuaré inexpresivo, inexplicablemente solo, felizmente solo, tontamente feliz.



miércoles, 24 de octubre de 2007

Un hombre sentado

La oscuridad lo envuelve todo con un manto de silencio, un silencio que espera sentir la mínima expresión de vida para romperse: un aletear, un susurro, el caer de los pétalos en el parque lejano... y el mundo espera ese momento para existir, para pintar una luna escondida entre nubes grises que llevan la pestilencia de la ciudad, para crear con manos hábiles a una pareja sentada bajo un rosal; tal vez el rosal de los pétalos que rompieron el silencio y que los hizo existir; al cariño que se juran y que encuentra belleza en cualquier fragmento de vida.

Cariño no es igual que amor – piensa – el cariño desparecerá empujado por otro querer hacia algún nuevo rincón, pero el amor es aquello que perdura aunque no exista sentido y que lleva todo lo que uno es, aquello que remece el corazón, fuerte, tal vez demasiado. Y los recuerdos vuelven a él, como antes. La chica, con su sonrisa inocente pero tan letal para su corazón, recuerdos sentados juntos, contemplando un cielo como el de esta noche, pero no como esta noche que está horrendo y él sentado en el banco, solo, frente a él aquellos enamorados que le hacen recordarse a sí mismo y a la chica que recuerda, sino con los ojos de amor y muriendo y sonriendo; por ella y para nadie más. Porque ella era un todo, no sólo una carita, sino una mujer, un corazón, un amor. Recuerdos así, todavía le hacen suspirar y a ella, no sabe si la encontrará de nuevo. Recuerdos así todavía valen la pena... Recuerdos así, todavia le hacen suspirar...

martes, 2 de octubre de 2007

Soledad

La canción va dejando de sonar. Hasta ser casi imperceptible. Y así, en su sonido minúsculo flota en el aire eternamente. El frío también está presente, este cielo totalmente gris, atentando contra su querer. Cuántas veces las situaciones se tornaban tan difíciles. Cuántas veces las circunstancias fueron adversas.

Tantas veces escuchó esa canción que ya las palabras no tenían sentido y la melodía eterna rellenaba su mente. Día tras día y toda la noche. Incluso en sueños creyó escuchar esa canción pero la letra de ésta le revelaba el pasado cantándoselo como si este fuera a suceder en el futuro.

“Tal vez me estoy volviendo loco”, pensaba. Y a lo mejor era cierto.

Lo peor, y se decía esto muchas veces, era que las canciones no le traían recuerdos desagradables, por el contrario, era en sus sueños en donde se le revelaba tanto secreto y tanto misterio con respecto a esta canción que había llegado a describir como aquella que rellenaba su soledad, que impedía que sus silencios fueran completos.

En sus sueños se le mostraba un rostro sonriendo, la canción sonando muy fuerte, el rostro definiéndose un poco cada vez, a medida que la canción cambiaba de intensidad. Reconocía a esa persona en su sueño. Pero sabía además que no la recordaría al despertar. Lastimosamente, la soñaba. Ella sonreía. El la adoraba.

Dentro del sueño se interrogaba. Ya no sabía si su soledad actual era por ella o era porque era feliz así, solo. Soledad simple que le llegaba gris por la ventana abierta junto con ese cielo terrible. Cuántas noches de soledad aguantaría… no sabía cuántas más. Habría que pensar con quién desechar la soledad, se decía… es ridículo pensar que se puede compartir la soledad… quién querría recibirla… y el sueño continuaba y él la adoraba…

sábado, 15 de septiembre de 2007

Cartas sin nombre IV

Los ojos tristes, ya extraños – no iguales - nunca más iguales. ¿O son los mismos? Quiero creer eso. Para sentirme bien, feliz. “Tonterías” pienso muchas veces, si no la mayoría de las mismas, “esperándote”; “a que vuelvas”. Tu mundo es otro… ¿Tengo que sufrir una espera eterna, entonces? ¿No fue suficiente el corazón roto, esa última despedida?

“¡Qué importa que mi amor no pudiera guardarla!
La noche está estrellada y ella no está conmigo.”


Escribir. Para recordar y para sobrevivir a tiempos aciagos, a estos tiempos sin ti. Sin ti. Muchas veces desisto y pienso en irte a buscar allá donde te encuentres pero el miedo tiende a paralizarme una vez que lo quiero hacer. ¡Soy tan cobarde!

¿Qué quería decirte esa noche? Nada… pero todo. Que eras tú a quien todavía extrañaba ver, que todo este tiempo – y ya es bastante – escribí por ti, que nunca me olvidé de ti… simplemente te dejé ir… a ver si algún día tú querrías volver a verme. Escribí por ti… escribo por ti…

“…y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.”

Nunca.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Cartas sin nombre III

Descubrir sus ojos mirándote esa mañana gris, fue extraño. El cabello flotándole, formando ondas a su alrededor, y ver que ella se encontró sorprendida con que tú la encontraras y la reconocieras. ¡Cómo no reconocerla si para ti no pasaba desapercibida! Su aroma mínimo, su sonrisa preciosa, su voz suave; que te remonta a la voz de ellatambién a la voz de ella.

Ya no recuerdas tus escritos antiguos. No hace mucho que ella se fue ¿sabes? Pero, ya no recuerdas lo que escribías, tal vez una que otra frase que manchaba el papel. Tal vez recuerdos tuyos, sufriendo una y otra vez sobre la mejor manera de decir te quiero en hojas innumerables, aún cuando el mensaje era sólo eso. Y recuerdas la última sonrisa que te regaló y recuerdas su aroma mínimo, su sonrisa preciosa, su voz suave, sus ojos bellos y su cabello al viento… ese día.

jueves, 16 de agosto de 2007

Cartas sin nombre II

Una sonrisa lo borra todo, y si la sonrisa te pertenece, mundos infinitos pierden sentido, pues nada más importa cuando tú existes…

Tal vez los recuerdos lo sean todo: el cielo azul, un calor agradable, los árboles mecidos por el viento y ella en medio del mundo. Ella, con sus ojos lindos, su sonrisa letal, sus cabellos flotando y sus manos juntas sobre las piernas, como una niña buena…
Muchas veces el viento sopla fuerte y te recuerdo. Te recuerdo linda, esperándome en el parque… y tu recuerdo se transforma… y te confundo con otras. Parecías una niña buena y yo, silente, paralizado ante tus ojos; esos ojos que –estoy seguro- todavía tienen efectos similares en aquel en quien los posas ahora… El viento se arrebata y desapareces.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Aquello (Parte Final)

Un ser, una cosa, mordía salvajemente el cuello del viejo y lo tumbaba. El viejo quedó inerte, muerto. Era una figura humana. Sí. Parecía un hombre, tal vez un joven, con un brillo maligno en los ojos. Horrible, con las manos como zarpas y una boca enorme. Tenía una joroba enorme y el cuerpo abultado por un abdomen descomunal. No estaba vestido y abría con sus manos el cuerpo del anciano, desgarrando sus carnes, pero lo miraba a él, mientras metía trozos de carne en su boca inmunda. Se levantó dejando ver su grotesca figura y se acercó a Raúl. Raúl trató de defenderse, levantó la escopeta pero el miedo lo tenía paralizado.

- La curiosidad mató al gato, joven - un revólver se martilló detrás de él.
- ¡¿Qué es ésto?! - preguntó Raúl.
- Es mi hijo, un espíritu errante. Un feto se convierte en espíritu, ¿sabe?; no muere pero crece... y para eso tiene que comer y no precisamente frutas: Yo les he traído hasta aquí.

Raúl iba a decir algo más pero no pudo. El brujo le disparó en la nuca. La luna llena alumbraba ahora horriblemente como sonriendo también ante aquellas abominaciones, como testigo y cómplice eterna del crecimiento de ese espíritu aberrante. Testigo y cómplice eterna de realidades que no se deberían conocer.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Aquello (parte VI)

Raúl salió de su escondite, dejando atrás al viejo, invadido nuevamente por esa curiosidad voraz que antes ya había sentido, pero con cierto temor, apretando fuertemente la escopeta en su mano. Se encontró a unos diez metros del árbol que le había servido de escondite, en el mismo punto donde había visto danzar al brujo momentos antes… Fue en ese momento que escuchó un grito desgarrador, don Segundo pedía ayuda y su grito sonaba fuera del bosquecillo, en dirección a la casa. Seguramente ha encontrado ladrones, pensó Raúl y salió corriendo hacia donde creía escuchar el grito, empuñando la escopeta. Salió y no había nada: solo silencio. La luna seguía siendo un buen farol y se podía divisar perfectamente el panorama en cualquier dirección… excepto… en los algarrobos… y regresó corriendo. Escuchó un segundo grito que – esta vez estaba seguro – provenía del bosquecillo. Vio sombras corriendo y otro grito, ahora Raúl estaba seguro, un ladrón quería eliminar a don Segundo para que no lo delatase. Entró rápidamente y quedó helado con lo que vio.




sábado, 28 de julio de 2007

Aquello (parte V)

Raúl caminaba al lado del viejo, en línea recta desde la casa hacia aquel bosquecillo, sintiendo la brisa helándole el rostro, sin ninguna otra luz que la de la luna y la escopeta en la mano derecha. Se sentía valiente, corajudo, enfrentándose a la ignorancia del campesino y finalmente demostrándole que no existen misterios en la naturaleza, que todo es la estupidez de la mente humana. Avanzaban juntos pero en silencio, como al acecho…

Cuando finalmente llegaron, vieron luces que parecían estrellas fugaces en movimiento. El anciano palideció: el miedo invadía sus ojos. Raúl no decía nada, se escondió tras el tronco retorcido de uno de los árboles y le hizo una seña al viejo para que se acercase hasta donde se encontraba.

Ambos vieron a un hombre que se movía trazando círculos con dos antorchas, una en cada mano. En el suelo se veían pétalos de flores y también frutas esparcidas por el suelo: manzanas, mandarinas y chirimoyas. Raúl miraba aquella escena con una curiosidad burlona, pensaba que aquel hombre ridículo debía de ser el brujo celebrando algún florecimiento, amarre o lo que sea que hiciera para otras personas… pero… no. No había nadie más. El brujo estaba solo. Bailando. Agitando sus antorchas, en un trance estúpido. Fue entonces cuando Raúl escuchó algo que extrañamente le heló los huesos.

-
- ¡Hijo! ¡Escúchame y ven a mí! – gritaba el brujo pero nadie le respondía - ¡Ven! ¡Aliméntate con lo que te he traído!

Pero nada pasó. Aquel ritual duró media hora más en las que el brujo seguía clamando a alguien que no aparecía, rogándole en un comienzo y gritándole al final. El brujo se rindió. Apagó sus antorchas dejando la fruta y los pétalos a aquel a quien llamaba y se fue. El viejo, al costado de Raúl, no emitía ruido alguno, tal vez demasiado temeroso por lo que había visto.




lunes, 23 de julio de 2007

Aquello (parte IV)

El viejo se acercó como para susurrarle:

“Hace quince años que me remuerde la conciencia… hace quince años un primo mío embarazó a una chica. Él le dijo que abortara. El único problema era que él tenía que enterrar al niño y entonces me pidió que le ayudara… no sé por qué lo ayudé… porque un aborto es cosa seria y yo tenía miedo, se lo juro joven… Cuando llegamos al sitio donde íbamos a enterrar el feto empezamos a excavar la tierra, turnándonos para cavar uno mientras el otro cargaba el cuerpecito. Pobre niño sin vida, envueltito en una tela de yute que yo le conseguí porque su padre quería enterrarlo en una bolsa plástica; sintiéndolo friecito, muerto… cuando hicimos un hueco que nos pareció suficiente, lo pusimos ahí, lo cubrimos con tierra y encima pusimos una crucecita para que nos deje en paz… La gente que vive cerca a donde lo enterramos decía que oían niños llorando y que veían duendes correr bajo los algarrobos en las noches de luna llena… Gracias a Dios nadie sabía del entierro…”

- - -Debe ser un lugar feo, bastante cargado de malos espíritus – soltó Raúl con ironía.

- --Usted ha estado ahí durante el día, joven… sin darse cuenta, porque lo enterramos aquí en su fundo…

- - -No le creo – y una curiosidad rarísima surgía dentro de Raúl – lléveme hacia ese lugar.

- - -No está lejos de la casa, pero no se puede llegar en la camioneta, mire – y señaló hacia el fondo, hacia un bosquecillo de unos cien algarrobos torcidos, antiguos… - está más o menos a veinte minutos… Pero debe de ser mala idea ir porque es noche de luna llena y un brujo siempre viene a hacer sus artes durante la semana de la luna llena… nadie sabe bien qué es lo que hace pero aunque yo vigilo su propiedad joven, preferiría no acercármele… Nos puede hechizar…

- --Eso no es problema – Raúl corrió dentro de la casa y al volver traía consigo su escopeta… Raúl mismo no entendía qué le pasaba, por qué se sentía tan entusiasmado por conocer verdades que no se veían en la ciudad, por conocer cosas excepcionales – Si ese brujo nos quiere hacer algo, bueno; la pasará mal… es de carne y hueso ¿no? ¡Vamos! Quiero saber si es cierto, guíeme…

El viejo se mantuvo reacio en un comienzo pero finalmente accedió, aunque tampoco tenía una razón… Era como si algo lo llamara a ir, como si una curiosidad reprimida explotara y lo guiara hasta el lugar del entierro… como si… y pensó algo increíble, pero no le dijo a Raúl.

miércoles, 27 de junio de 2007

Aquello (parte III)

“Vimos a lo lejos pero bien lejos las luces del pueblo y ante nosotros a unos metros, una cascadita y un riachuelo que partía la carretera, seguramente por las lluvias... estábamos de sed pues no teníamos agua, así que fuimos corriendo hacia el agüita conforme corríamos vimos un bulto pero pensé que seguro era otro viajero como nosotros. Mientras nos acercábamos vimos que era una mujer y se bañaba desnuda... me escondí rápido tras una piedra rodada al lado de la carretera pero mi hermano siguió avanzando... yo miraba de miedo porque esa mujer lo llamaba y yo sabía que era una diabla y le decía ven báñate conmigo y él llegó cuando de pronto sonó como una explosión no pude ver nada ni siquiera escuchaba... sordo y ciego... Pasó un rato hasta que pude moverme y salí detrás de la piedra, corrí a buscar a mi hermano y no lo encontré no vi nada. Grité su nombre y nadie me habló. Tenía ganas de pelear con aquello que se lo llevó, buscaba y buscaba...

Llegúe al pueblo al otro día busqué en la comisaría y en el hospital y lo encontré ahí, quién sabe cómo pero estaba extraño. Me llevaron hacia su cama y él me miraba con los ojos muy abiertos. Tenía el pelo sucio y muy largo como si hubiera pasado mucho tiempo y su barba también estaba tupidísima. Me abrazó pero no me dijo nada y los del pueblo se hablaban entre ellos que los diablos lo habían hechizado y que pronto se lo llevarían para siempre. En tres días me dijeron... yo no quería creer y les dije que eran malhablados y que yo no creía en cojudeces. Los médicos me dijeron que mi hermano se recuperaba de lo que parecía anemia pero pasado tres días murió... los diablos se lo llevaron”

- -- Su historia es bastante intrigante, Don Segundo… - Raúl no sabía qué pensar o si el viejo no estaría jugándole una broma… pero… ¿Jugar con la memoria de su hermano...?

- - - Le voy a contar un secreto, joven, pero júreme que no lo contará…

- - - Está bien – sonrió Raúl que no imaginaba qué podía ser eso que mereciera ser secreto.

lunes, 18 de junio de 2007

Aquello (parte II)

El viejo comenzó:

“Lo que le voy a contar es cierto, me sucedió a mí. Mi hermano y yo viajábamos a la selva cuando éramos jóvenes, montados en camiones viejos que recorrían esos caminos, amontonados con otros tantos. Nosotros buscábamos algo en que ganar plata, teníamos en ese tiempo un negocio donde vendíamos menestras. Por eso íbamos a la selva, a comprar y abastecer nuestra tiendita. Teníamos que tener cuidado, los narcos siempre podían joder más tarde fueron los terrucos...”

Don Segundo miraba el cielo despejado, como contando las estrellas, como metiéndose en su propia historia, saboreando cada recuerdo.

“Uno de esos viajes bajamos del camión a orinar en la noche y cuando regresamos ya se había ido. ¡Carajo! Le dije a mi hermano. ¡Estos mierdas ya nos botaron! Así que decidimos caminar hacia un pueblo que había más adelante a varias horas de camino. Yo tenía miedo algún cojudo me fuera robar mi platita y me daba más miedo aún porque por donde avanzábamos no se veía nada, ni una casita, todo deshabitado. Los del pueblo me habían dicho alguna vez que ese lugar era llamado “Torre de los Diablos” o “Torre del Sueño”... un cerro chiquito que se alzaba como elevación y que desde que empezaron a construir la carretera decían que diablos bajaban por las quebradas para tirarles piedras a los trabajadores y que cuando estaban inconcientes se los llevaban hacia el infierno que habían en ese cerro porque los diablos abrían la peña a la mitad y se metían bailando y cantando llevándose al condenado...”

Raúl se concentraba en la historia de Don Segundo y le parecía que se sumergía en un sueño, que se metía en otro mundo o simplemente era el humo de la hoguera que le daba un aire fantasmagórico e irreal al ambiente de la noche, donde se escuchaba el sonido de las lechuzas y el silbar arrebatado del viento. Un mundo desconocido y donde todo parecía ser posible.

martes, 12 de junio de 2007

Aquello (parte I)

La escena era horrible. Aquello estaba ahí, delante suyo, mirándolo a él y únicamente a él con aquella sonrisa macabra, monstruosa. La luna llena en lo alto iluminaba la casa, los algarrobos torcidos y debajo de ellos el cadáver del viejo, con aquel ser desagradable mordiéndole y desgarrándole trozos enormes de carne. El muchacho no podía creer lo que estaba viendo.

Llegó a la casita cuando ya empezaban a aparecer las primeras estrellas en el cielo y el sol desaparecía agonizante en el horizonte. Bajó de la camioneta y caminó los pocos pasos que separaban a la carretera de la casa. Ahí lo esperaba Segundo, sonriente. Aquel campesino estaba acostumbrado a vivir en aquellas soledades, sin casa, sin familia y solo dedicado a vigilar las tierras de la familia de Raúl. La familia de Segundo había muerto bajo los escombros del techo de su casita, que había cedido a la fuerza enorme de las torrenciales lluvias un fenómeno del Niño ya bastante lejano. Había llorado semanas enteras junto a otros pobladores que también habían perdido seres queridos en aquel diluvio. Sus hijos y su esposa murieron aquel desgraciado día. El cavó las tumbas solo. El colocó los cuerpos cuidadosamente en ellas y luego los cubrió de tierra. Desde ese día Segundo se había quedado solo y con los ojos tristes: sonriendo amablemente por fuera pero derrumbándose sobre su colchón, llorando su miseria en las noches de su recuerdo.

La noche era fría; Raúl descansaba dentro de la casa, sentado frente a una mesa. Frente a él tenía una ventana por la que se podían ver los algarrobos y los campos: bastos y celestes bajo la luz de una luna llena hermosa. Se preparó un café y encendió unas velas; la rusticidad del campo le parecía perfecta, una simplicidad agradable. Don segundo caminaba tranquilo, recogía madera para hacer una pequeña fogata dando vueltas alrededor de la casa trayendo consigo los frutos secos de los algarrobos que caían y se amontonaban en el suelo. Finalmente recogió los suficientes y encendió el fuego mientras canturreaba una canción triste, tristísima que parecía recordar amores lejanos, seres queridos y reflejaban sobretodo una soledad única.

- - Don Segundo – Raúl llevaba dos tazas de café, una en cada mano – tome, para aguantar el frío.

- - Gracias joven – tomó la taza con sus manos cuarteadas – me hacía falta un cafecito bien cargado – y dio un sorbo sonoro a la taza humeante.

La fogata ardía frente a ellos, ambos sentados en el suelo, sorbiendo el café. Cada uno pensando en sus vidas, sumidos en la hipnosis que produce el observar el fuego.

- - ¿Usted cree en las almas joven? – dijo el anciano de repente.

- -¿Por qué habría de creer? Nadie ha visto una, bueno al menos yo no...

- - Yo sí creo porque he visto y no sólo almas sino también duendes y animales horribles y brujerías.

- - Son cuentos nada más... – una brisa extraña sopló y meció las ramas más altas de los algarrobos. A Raúl se le erizaron los pelos de la nuca.

- - ¿Quiere que le cuente un cuento de esos? – preguntó el viejo con cierta sorna.

jueves, 31 de mayo de 2007

Murmullos Subconcientes (parte II)

Te fuiste, masticando incoherencias, pensando idioteces bajo esa lluvia horrible, increíble en tu ciudad desértica. No lo creías pero la verdad era que Lucía misma te había confirmado lo que te habían contado: había vuelto con su ex…

¿Qué ibas a hacer ahora, Gonzalo? ¿Arrojarte frente a un auto para que te mate? ¡Ja! Das lástima, Gonzalo… tú que creías tenerlo todo, te sentías ahora mísero… Ella te había dejado por un tipejo cualquiera… Eso te dolió… Ella se cagó en tu orgullo… Tú que jurabas no involucrarte jamás con mujeres ridículas que no supieran hablar de nada más que no fuera su vida social te habías metido con una así… Te habías engañado desde siempre, maquillando sus defectos, perdonando sus mentiras, haciéndote el imbécil…

Llegaste a casa y me encontraste sentado en la sala. Estabas empapado y detrás de ti dejabas un caminito de agua… Me dijiste que te cansaste, que no querías sufrir… Te entiendo… Total, estás así porque trataste de ser bueno, cuando trataste de mostrar al mundo de que un hombre sí podía ser fiel, te pagaron con la moneda incorrecta: la traición…

Y aquí estuve yo, esperando a que volvieras, porque tú y yo somos el mismo: tú eres Gonzalo… y yo soy Gonzalo; no somos un Dr. Jeckyll y un Mr. Hyde… no, tal vez somos un ego y un súper ego… pero lo único que te digo es ven, únete a mí de nuevo, siéntate conmigo… a esperar… porque Lucía va a volver, va a arrepentirse de haberte hecho sufrir, a ti Gonzalo-bueno, porque en lo que a mí concierne cuando llegue el momento; he de vengarnos… Por eso, siéntate y planeemos juntos la venganza… por eso siéntate y seamos el que fuimos: el complemento impuro, el complemento feliz… Porque la pureza no es bien recibida en corazones ingratos...

jueves, 24 de mayo de 2007

Murmullos Subconcientes (parte I)

Tienes los ojos tristes. Se nota que no has dormido bien últimamente. ¿Otra vez lo mismo? ¿Otra vez ella? ¡Cánsate, vete y no me digas nada porque te lo advertí desde que la conociste: ella no era para ti!

¡Carajo Gonzalo! No entiendo por qué te armas tantos problemas… y por ella todavía… ¿Qué te hizo que la encontraste tan especial?.. Y no me vengas con esas cojudeces de que la amas… sabes que no la amas…

- Pero… ¿por qué? – qué pregunta más estúpida Gonzalo - ¡No pudiste ser sincera conmigo!.. ¡Ni siquiera al final!...

- Es que… - y ella se quedó en silencio ¿verdad?; bajando la mirada, buscando excusas como siempre. Al final no dijo nada y te dirigió una mirada como de pena y eso te jodió más aún.

- No sabes cómo me siento… - y morías y sentías que la empezabas a odiar…

Empezó a llover, con unas gotas de lluvia horribles, pesadas, amargas; como en esas películas estúpidas que solías ver con ella, mientras la abrazabas y le decías que la ibas a querer ,solo a ella y a nadie más… ¡Creyéndote eso! Creyéndote que eras una buena persona y de que ella te iba a querer por eso… ¡Cómo te engañabas!

Ella no era como tú, no pertenecía a tu mundo y yo lo supe desde el comienzo. Yo te dije que ella no debía ser nada serio y al comienzo me hiciste caso. Eso era bueno, no sufrías… viajabas, ibas y venías teniéndola a ella en casa y a otras muchas en tus viajes… amores de viajero te decía y tú reías… y eras feliz…

¡Mírate ahora Gonzalo! ¡Llorando! ¡Y por algo que no vale la pena!

Un día llegaste corriendo. Me contaste que la habías conocido y que te gustaba. Yo no me opuse a que te le acercaras… es cierto, ella era atractiva y te dije que la enamoraras, que le susurraras todas esas tonterías que les gustan a las mujeres: de que son únicas, de que tienen una sonrisa divina, de que sus ojos matan y bueno… tú ya te sabes el resto.

La enamorabas así ¿o me equivoco? ¿verdad que no, Gonzalo? Cuando llegabas a su casa y conversabas con ella te le acercabas, mirabas sus ojos y le decías que la querías, ella te abrazaba y recostaba su cabeza en tu pecho y lo que era falso se hacía verdadero: tu “te quiero” se transformaba en “te amo, Lucía” y eras feliz y te decías que quizás sí era amor lo que sentías y llegabas a casa y me lo contabas todo… y llegabas a casa y sólo te sentías bien cuando la ibas a ver, porque el resto del día sólo eran angustias

jueves, 17 de mayo de 2007

Cartas sin nombre I (2006)

¿Te envuelven estos sentimientos como a mí? ¿Ves el cielo tornarse cada día más gris, nosotros cada vez más viejos, cada vez más lejos?... Es curioso como unos ojos se parecen tanto a los tuyos y el corazón se me destruye un poco cuando los miro. Mirarlos. Mirarte. Y Tú. Pero tal vez no sólo tú, sino también ella… o es que has vuelto a vivir en ella, en sus ojos pequeños que sonríen… o soy sólo yo que te quiero encontrar en cualquier rincón…. Amor. Sentimiento negado… Pero yo lo necesito… pero yo te necesito. Los pensamientos se enredan y las noches sin dormir me hacen complicado olvidarte… curioso ¿no? Trato de ser alguien nuevo y tu recuerdo me atrapa de vez en cuando: Justo ahora.


“Era inevitable. El olor de las almendras amargas le traía el recuerdo de los amores contrariados…” Cierras los ojos… suspiras y me encuentras al abrirlos. La sonrisa te envuelve, te hace brillar y el libro baila en tu mano, objeto inerte ahora que me encuentras. Nada importa ya, sólo tú. Para mí de la misma manera. El mundo inmóvil e inexistente. Un beso. Un adiós. Tu cabello flotando, el sujetador rojo. Hasta que nos volvamos a encontrar…

jueves, 25 de enero de 2007

Un Ocaso (2001)

No había comido en tres días y los ojos viejos, cansados ya de tanta vida se apagaban poco a poco tras la mirada de las olas rompientes en la arena. La vida se le había vuelto triste y tan sólo ciertas cosas le hacían sonreír.

El banco de madera toscamente labrado y peor pintado de cierta clase de verde, se acoplaba perfectamente a su espalda encorvada de tanto trabajar.

Pensaba en sus nietos, pobres criaturas sin padres a quien debía mantener; niños con la mirada triste y los estómagos vacíos.

No tenía trabajo fijo, y a su edad, tenía que recursearse llevando canastas de pescado desde el puerto a la caleta. Los niños tristes, con la ropa raída lo recibirían con una sonrisa en la pequeña casita construída con adobes y esfuerzo en sus años mozos.
Se sentía morir, caer hacia la pendiente de la vida, al igual que aquel sol en la distancia. Su respiración empezó a agitarse, lentamente en un comienzo y luego de una manera brusca e intempestiva; la mirada se le congeló y dejó ir la vida pensando en sus pequeños el mismo instante en que el último rayo de sol daba luz a la bahía y a la plazoleta donde se encontraba.

viernes, 19 de enero de 2007

El Escritor (2002)

La verdad, no tenía nada que escribir. Miró la máquina preparada, el papel envuelto en el cilindro y su silla dispuesta. Desde que llegó a su escritorio sabía que la musa se le había escapado; ya no tenía sobre qué escribir: el amor se le había agotado, la felicidad no era algo que le gustara plasmar y por último, sus ideas de justicia y libertad, así como de ayuda a los marginales se le habían extinto, y por ese momento en el que veía bajo su escritorio papeles desordenados, escritos con historias de amores pasados, de corazones separados por la distancia, le nacía en el pecho un sentimiento de nostalgia.

Él estaba buscando algo que le gustara al editor, repetidas oportunidades había presentado sus cuentos para la revista donde trabajaba y se los había rechazado. Su reacción en esas oportunidades fue un rencor que se quedaba durante poco tiempo. Pensaba además que cada quien tenía sus formas de ver el arte, pero al editor no le gustaban las historias reflexivas, que presentaran temas normales, a su editor le gustaban los cuentos cursis de enamorados que acababan felices.

Se levantó de su silla y se miró frente al espejo que tenía en la pared justo encima de su máquina y al verse tal y como era, de todo el tiempo que había desperdiciado escribiendo cuentos que le gustaran a otro y no a él mismo, se sentía deprimido y creía que su vida no valía nada.

Al observar a ese otro yo en aquella imagen, sentía sus canas, sus arrugas y se sentía desdichado, infeliz. La historia de su vida llegaba a su fin y él lo sabía, era mejor tarde que nunca, así que tomó su amuleto, escondido y amarrado en una muñequera que tenía en el brazo derecho, tomándolo vio que también, desde el tiempo que aquella muchacha de cabellos dorados se lo había regalado, el acero del que estaba hecho había envejecido al mismo ritmo que su vida. Tomó la daga que en sí servía más como cortapapeles que como amuleto, y empezó a derramar la vida, cortando casi sin asco ni dolor las muñecas de sus manos. Así- pensó- sabré cómo es esto de la muerte: si aquí acaba mi historia o seguirá, si es que aquí acaba, no pasará nada, pero si sigue... será el suplicio lo que me espera...