Tienes los ojos tristes. Se nota que no has dormido bien últimamente. ¿Otra vez lo mismo? ¿Otra vez ella? ¡Cánsate, vete y no me digas nada porque te lo advertí desde que la conociste: ella no era para ti!
¡Carajo Gonzalo! No entiendo por qué te armas tantos problemas… y por ella todavía… ¿Qué te hizo que la encontraste tan especial?.. Y no me vengas con esas cojudeces de que la amas… sabes que no la amas…
- Pero… ¿por qué? – qué pregunta más estúpida Gonzalo - ¡No pudiste ser sincera conmigo!.. ¡Ni siquiera al final!...
- Es que… - y ella se quedó en silencio ¿verdad?; bajando la mirada, buscando excusas como siempre. Al final no dijo nada y te dirigió una mirada como de pena y eso te jodió más aún.
- No sabes cómo me siento… - y morías y sentías que la empezabas a odiar…
Empezó a llover, con unas gotas de lluvia horribles, pesadas, amargas; como en esas películas estúpidas que solías ver con ella, mientras la abrazabas y le decías que la ibas a querer ,solo a ella y a nadie más… ¡Creyéndote eso! Creyéndote que eras una buena persona y de que ella te iba a querer por eso… ¡Cómo te engañabas!
Ella no era como tú, no pertenecía a tu mundo y yo lo supe desde el comienzo. Yo te dije que ella no debía ser nada serio y al comienzo me hiciste caso. Eso era bueno, no sufrías… viajabas, ibas y venías teniéndola a ella en casa y a otras muchas en tus viajes… amores de viajero te decía y tú reías… y eras feliz…
¡Mírate ahora Gonzalo! ¡Llorando! ¡Y por algo que no vale la pena!
Un día llegaste corriendo. Me contaste que la habías conocido y que te gustaba. Yo no me opuse a que te le acercaras… es cierto, ella era atractiva y te dije que la enamoraras, que le susurraras todas esas tonterías que les gustan a las mujeres: de que son únicas, de que tienen una sonrisa divina, de que sus ojos matan y bueno… tú ya te sabes el resto.
La enamorabas así ¿o me equivoco? ¿verdad que no, Gonzalo? Cuando llegabas a su casa y conversabas con ella te le acercabas, mirabas sus ojos y le decías que la querías, ella te abrazaba y recostaba su cabeza en tu pecho y lo que era falso se hacía verdadero: tu “te quiero” se transformaba en “te amo, Lucía” y eras feliz y te decías que quizás sí era amor lo que sentías y llegabas a casa y me lo contabas todo… y llegabas a casa y sólo te sentías bien cuando la ibas a ver, porque el resto del día sólo eran angustias…