martes, 24 de marzo de 2009

Por el camino

La soledad me encontró en un recodo del camino, estando malherido y con el corazón deshecho. Ella me tendió la mano, me cuidó y rehízo mi corazón. A partir de ese día, la soledad fue mi compañera de viaje. Día tras día me contaba historias similares a la mía, de mujeres insensibles que maltrataban los sentimientos ajenos. Durante ese tiempo yo pensaba que la soledad estaba en lo correcto. A ella le debía estar de nuevo en pie. A ella le debía el haber sobrevivido al dolor.

A veces nos topábamos con algún pueblo. Las jóvenes se acercaban a mí sonriendo, esperando que les cuente alguna historia de las muchas que traía de mis viajes. En algunos ojos veía ternura, pero en la mayoría sólo encontraba un interés hipócrita, que me hacía desconfiar. Nunca me quedé mucho tiempo en estos lugares y jamás me enamoré de ninguna de las que había conocido. La soledad me repetía que hacía bien. De ese modo, no sufriría. Y así parecía en realidad.

Una mañana, continuando el viaje me encontré con ella. Ella era una muchacha pequeña que tenía el cabello negro y venía terriblemente contenta. Me contó que iba a una ciudad que se encontraba unos días delante. Decidí acompañarla. Sus ojos me gustaban y no percibí en ellos ningún sentimiento negativo. Cada día que pasé a su lado, conociendo un poco más de ella a cada paso que dábamos, me di cuenta que empezaba a quererla. La soledad no se había marchado todavía y me susurraba que ella era igual a todas las que me habían herido antes. Cuando dejé de hacerle caso se marchó y ese día me sentí libre para querer a la muchacha pequeña y alegre.

Llegando a su ciudad le dije a la muchacha si quería continuar el viaje conmigo. Ella me dijo que no. Acepté su respuesta, triste, y me fui. Comprendí que ella quería perseguir sus sueños. La soledad aprovechando la tristeza se acercó a mí con sus frases de siempre. No. Le dije. Ella no es igual a las demás. Además, quererla no es sufrir; es una alegría en mi vida. Desde ese día la soledad no me acompañó más.

Al de despedirme de la muchacha, le dejé una nota. Le dije que si algún día estuviese lista, me encantaría que me acompañara a recorrer mi camino. No importaba que no me acompañase hasta el final, sé que algún día habría de cansarse, pero cada día que pasara a su lado sería infinito para mí.

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